Giros infinitos y música neón

El Musimóvil es una comunidad de patines, bicicletas y skates que recorre las calles de Montevideo con música y colores, para habitar el espacio urbano como una fiesta en movimiento

Giros infinitos y música neón

Es noche de luna llena en Montevideo. La plaza de las Pioneras es una explanada espaciosa de cemento delimitada por una estructura semiabierta formada por vigas de hierro. Un muro espejado amplía la percepción del tamaño del lugar. No hay vegetación. Esta noche fresca, el espacio se usa como pista de patinaje: personas en rollers, skates o bicicletas ruedan por el piso llano y perfecto en sentido antihorario al ritmo de “Drinkee”, una canción entre pop y tecno que ambienta el lugar como en el preludio de una fiesta, cuando la pista todavía espera llenarse de gente. Otros están recostados contra los muros que cercan la plaza: parejas, grupos de amigos, padres e hijos. A sus lados hay mates, cervezas y termos con agua. Entre ellos, se repiten algunos patrones: tatuajes, rodilleras y ropa deportiva. Los que patinan, que prueban giros y saltos, y los que descansan se duplican en el reflejo del espejo, pero en realidad son unas treinta personas desperdigadas por la explanada.

Frente a la pared espejada, a unos metros de distancia, se encuentra el motivo que explica por qué hay tantas personas sobre ruedas esta noche: el Musimóvil, un triciclo convertido en carro con dos parlantes incrustados en sus laterales y un asta hecha de tubos de luz con forma de infinito que gira sobre sí misma y tintinea colores neón. Al lado hay un hombre en patines disfrazado de lobo. Su rostro está escondido detrás de una máscara del animal y lleva guantes, chaleco y una gorra con mucho pelo, debajo viste ropa deportiva negra. “El que quiera un tema, se acerca y lo pide”, dice a través de su megáfono. Esta noche predominarán el tecno, la electrónica o el pop, casi siempre en inglés.

— Yo soy como el conector universal: cuando se me pone una cosa en la cabeza empiezo a hablar con la gente y a tirarles ideas. Las cosas comienzan a conectarse y suceder.

“En cinco arrancamos”, anuncia el enmascarado, que se hace llamar Luz Mala. Se da el tiempo para comer un sándwich y tomar una cerveza y, cuando termina, aúlla para dar la señal de salida a la manada. Se sube al carro y pedalea con los rollers puestos. Las bicicletas, patines y skates se enfilan detrás de su rocola móvil. Comienza el viaje por Montevideo.

— Esto comenzó con un parlante arriba de un carrito de bici, algo muy simple que salía en alguna rodada por la ciudad con Montevideo Sobre Ruedas, Masa Crítica o Montevideo Rollers. Se daba el fenómeno musimóvil a menor escala. Al principio el aparato se rompía todo el tiempo, pero después de seis meses de ensayo y error quedó listo —recuerda Luz Mala—. Nos autodenominamos los “ingeñeris”… porque no somos ingenieros, simplemente somos ñeris que empezamos a probar. Cuando el dispositivo ya funcionaba, decidimos darle el arranque el 25 de febrero de 2021, día de la Masa Crítica Mundial y el evento de Masa más grande del año. Fue el primer evento en el que salimos y nada se rompió. No se partió el eje, no nos quedamos sin música. Ahí parimos el primer Musimóvil.

Masa Crítica es un movimiento internacional autoconvocado de ciclistas que, en Montevideo, se reúne el último viernes de cada mes para discurrir por la ciudad y manifestar que las bicicletas son parte del tránsito.

— No estoy en contra de los vehículos humeantes, lo que propongo es usar más la movilidad activa, la energía que sale de tus músculos y no de combustibles fósiles.

El triciclo avanza por Gral. Fausto Aguilar y cruza Agraciada. Dos cuadras después, dobla hacia la izquierda en Paraguay, justo frente al Palacio de la Luz. Un kilómetro y medio en línea recta para entrar en calor. Luz Mala repite varias veces “manténganse a la derecha” a través de su megáfono. El carril izquierdo queda libre para los vehículos motorizados. Pero el intento de mantener el orden vial es engañoso. El Musimóvil y varios de los que lo siguen cruzan algunos semáforos en rojo.

— El Musimóvil surge para proponer otras formas. No de una manera contestataria, no desde el punto de vista de la lucha, no para pelear. Sino con la música y buena onda, conectando con la gente, para proponer que otra ciudad es posible. Yo puedo proponer algo como el Musimóvil, pero es una propuesta. Hay que favorecer que la gente se anime a ir al trabajo en bicicleta. Las empresas sí o sí tienen que tener bicicleteros vigilados y seguros. Es reloco que no tengamos hoy en día una bicisenda por 18 de Julio o por lo menos por una lateral.

El grupo sobre ruedas que persigue el carro con parlantes y luces ahora transcurre frente a Canal 4. Avanza encajonado entre los autos y un tercer carril para ómnibus. La vía aparece a la derecha, silenciosa y oscura como una cueva, cuando Mendoza desemboca sobre Paraguay.

Por momentos la ciudad no sabe cómo responder a lo que ve. Hay autos que se detienen y prenden las balizas para advertir a los que vienen detrás que algo raro sucede. Otros responden con bocinazos, que bien podrían ser de apoyo o de repudio. Hay algunos apartamentos con las luces encendidas y desde los balcones la ciudad también está expectante.

El Musimóvil se detiene por primera vez frente a la fachada de la Estación Central José Artigas para saludar a la luna: “A la cuenta de tres quiero que aúllen”, dice el hombre lobo. La música se detiene por unos segundos. El sonido de “au” se prolonga mientras el lobo saca una foto grupal con el monumento de Artigas a un lado y la luna detrás. Antes de volver al ruedo, un padre coloca a su hija sobre los brazos de la bicicleta. Seguirán así todo el camino.

— Conectar el mundo de la movilidad activa con la música son las dos cosas que nos unen. El foco del Musimóvil es la propuesta cultural, que se vuelva un poco más masivo sin el objetivo específico de que todo el mundo nos siga por las calles; de hecho, sería un quilombo. Cuanta más gente hay, más problemas. Por eso salimos los lunes.

La entrada a la rambla por La Paz es una pintura: los contenedores coloridos del puerto de Montevideo están apilados uno sobre otro, como si fuesen ladrillos inmensos de un muro de metal, o píxeles de distintos colores en forma de Tetris. Esa pared acompaña el trayecto hasta que la rambla se desnuda al mar. Mientras suena “I Want to Break Free”, el puerto respira vivo; a las nueve y media de la noche las grúas suben y bajan los contenedores, los apilan en orden.

A la izquierda se vislumbra el laberinto que es Ciudad Vieja, de calles estrechas y edificios altos. La manada se mantiene a la derecha, aunque son pocos los autos que transitan por la zona. La Sala del Museo está vacía.

El puerto y la aduana quedan atrás. Hace más frío. Por suerte no hay viento, porque la ciudad ya no resguarda al grupo en el tramo del camino que acompaña al mar, el más largo y libre. El Musimóvil sube a la vereda de la rambla. Suena “Lobo Hombre en París” mientras la luna se ve llena, alta y solitaria sobre los edificios de Montevideo. Su luz se refleja en el mar negro y quieto. Un chico que parece pisar los treinta años patina con una cerveza que cuelga de su brazo, paseando por el aire como si estuviese flotando. Se adelanta y aprovecha la distancia para hacer trucos. Va de espaldas, se agacha, aterriza algún salto. Baila y patina, patina y baila. Marca el ritmo de la canción con sus hombros. Luego se deja alcanzar por el grupo de nuevo.

— Hay gente que escucha la música y nos sigue. Una vez una persona salió a correr y nos siguió. El hecho de que haya una propuesta más divertida que simplemente rodar por la ciudad hace que la gente se sienta más incluida. Hay gente a la que le gusta la música y se consigue una bici para salir con nosotros.

Sobre el muro que antecede a la playa, los pescadores están enfilados de cara al mar. Sus cañas, paraditas como alfileres. Al ver pasar el musimóvil se dan vuelta, uno baja el cigarro de la boca y miran con perplejidad el grupo de personas que persigue un triciclo convertido en carro con dos parlantes incrustados en sus laterales que trae consigo luces que cambian de color. Algunas mujeres que los acompañan sacan el celular para registrar el momento. El lobo los saluda con un aullido. Los candomberos que se juntan frente a la Sala Camacuá lo escuchan y responden con un tamborileo más fuerte.

Los rodantes bordean Barrio Sur, Cordón y Palermo con giros infinitos y música neón. Al llegar a Parque Rodó, los autitos chocadores, el mambo, el barco y otras atracciones iluminan la rambla. La música del Musimóvil se pierde entre el ruido del tráfico y el tumulto del parque de diversiones y bares de la zona.

Las ruedas siguen circundando la rambla y los edificios se ven espejados en el mar; luces que se estiran deformes y se difuminan en el movimiento tímido de la marea. Suena “Creep”, de Radiohead, mientras unas veinte personas sobre ruedas siguen por 20 kilómetros a un triciclo impulsado a pedal por un hombre disfrazado de lobo un sábado de setiembre a la noche.

El recorrido se detiene al llegar a la estación de servicio de Bulevar Artigas y la rambla. Algunos aprovechan la pausa para comprar cerveza. El descanso es a oscuras, en una pista de cemento que está de camino al faro de Punta Carretas, escondida entre el mar y la rambla. El Musimóvil se planta en el centro. Con su asta de tubos que cambia de colores, ilumina las ruedas que giran a su alrededor en sentido antihorario y al ritmo de la música. El lobo deja su carro y se une a patinar con la manada. Unos minutos después, el Musimóvil vuelve al ruedo; atravesará Montevideo por diez kilómetros más hasta retornar a la plaza de las Pioneras.

— Tenemos muchas experiencias de haber rodado, eso nos da ideas para saber qué rutas elegir. En realidad, también hacemos encuestas por los grupos de las rodadas. Intentamos que sea variado.

Son las nueve de la noche de un viernes de octubre y al llegar al Obelisco de Montevideo ya hay gente que patina alrededor de la fuente donde se encuentra el monumento. Otros están sentados contra el muro. Charlan, fuman. Hay un hombre joven —le dicen el Profe— que saluda con un puño a todos, uno por uno. Transita entre los patinadores y las bicicletas que descansan en el piso.

A lo lejos se escucha la música: el Musimóvil se acerca por Av. 18 de Julio.

Dos hombres llegan montados en el carro y otro patina junto a ellos. Tiene puesto un casco de ciclismo, una campera deportiva flúor amarilla y lleva un micrófono en la mano. Se lo escucha a través de los parlantes del triciclo, pide que todos se junten para una foto con el obelisco. Es el lobo convertido en un patinador mortal. Se aleja del grupo y se encarga de registrar el momento; del otro lado, un pegote de gente festeja una salida más a los gritos. El Musimóvil abre camino y patinadores y ciclistas lo siguen para cruzar Bulevar Artigas y comenzar el recorrido por 18 de Julio.

Los dos que van en el triciclo están sentados espalda con espalda. Uno pedalea y maneja mientras el otro se perfila hacia atrás y está como encajonado entre su asiento y unos fierros que le dan estructura al carro y sostienen la bandeja de DJ que usa para pasar música. El ritmo del tecno avanza hacia el clímax en el que cambia la cadencia y los patinadores le asienten a la canción moviendo sus cabezas a tempo. Cuatro o cinco intercambian miradas, cómplices de su propia discoteca en movimiento.

Pero hay dos pistas esta noche: tecno por delante, en torno al Musimóvil, y cachengue un poco hacia atrás, donde otra parte del grupo rodea una fat bike con rayos de colores fluorescentes. Cantan: “Dame más gasolina”. En las esquinas, cuando el semáforo está en rojo y todos se detienen, las músicas se mezclan igual que los rodantes aglomerados, que aprovechan ese instante para saludarse, abrazarse y bailar el caos musical.

— Desde el principio la propuesta fue que la música partiera de la comunidad. Tenemos libreta de manijadores —así le llama Luz Mala a quienes manejan el triciclo— para que sea un proyecto colaborativo, que todos puedan manejar y pasar música. Todos los estilos son bienvenidos. Ya hay como una pequeña liga de sistemas sonoros móviles; somos varies que armamos bicicletas musicales. Es todo un desafío porque se da esa lucha de músicas que hay que intentar evitar yendo un poco separados para que no se mezcle mucho.

En el Centro de Montevideo circulan muchos vehículos. Las bicicletas, patines y skates zigzaguean entre los autos, motos y ómnibus que también van en el carril derecho. Ante el semáforo en rojo de las esquinas de la avenida, todos conviven: los vehículos a motor en pausa mientras la comunidad Musimóvil baila. “Cuidado con los humeantes que quieren pasar. Esperemos atrás del bondi”, advierte Luz Mala. Desde la calle, a través de los vidrios empañados de un ómnibus, se ven personas que miran para afuera sin expresión. Algunos, pocos, parecen apenas extrañarse al ver al pasar el alboroto de colores.Pero en las paradas de bus, sobre la vereda, algunas caras sí llegan a transformarse. Varios filman las ruedas y la música y los colores y las sonrisas de los rodantes. Un hombre que espera al borde del cordón se suma a la fiesta: extiende su brazo derecho, lo deja fijo sobre el aire y choca los cinco a los que pasan.

Hay un perro que corre emocionado, hasta más rápido que algunas ruedas, con la lengua fuera de su boca. Es obediente y frena en las esquinas. En ese momento su dueño se acerca patinando, aprovecha la quietud y le da un poco de agua de su termo.

Pasada la sede central de la Universidad de la República, Luz Mala saca el micrófono de su bolsillo trasero para insistir en que todos se mantengan a la derecha. “Esos mismos autos que nos llenan de humo cuando pasan, hay que dejarlos pasar por la izquierda”, dice. Un tipo en patines se golpea contra el espejo retrovisor de un taxi que está estacionado contra la vereda, pero recién reconoce lo que le acaba de pasar unos metros más adelante. Sus ruedas nunca frenaron.

— Cuando hablás por un micrófono la gente te escucha. Algunos hasta te hacen caso. Eso te permite comunicar cuáles son los objetivos, se pueden coordinar las acciones de mejor manera. Podés decir: “Vamos a parar que hubo un problema técnico”, o “vamos a sacar una foto”. Tener el micrófono te convierte en la voz de aura. Podés indicar: “Manténgase a la derecha para que pasen los humeantes”. Podés llamarles “humeantes”.

Más allá del teatro El Galpón, la plaza Juan Pedro Fabini y la sede del Banco República sobre 18 de Julio, comienza a haber menos gente transitando la avenida. Con las veredas desiertas, las personas que duermen en los recovecos de la calle se ven entre cartones, mantas, algún colchón sucio. Una mujer está sentada en el piso contra la fachada de un edificio. Tiene la mirada perdida y el pasar del tumulto no parece llamarle la atención.

Las ruedas se detienen a descansar en Plaza Independencia y, en esos minutos, los rodantes bailan “Oye cómo va” alrededor del triciclo y su asta giratoria de colores. Luego siguen rumbo a la rambla por el costado del Teatro Solís. Es una bajada peligrosa para los patinadores, que le piden a los que van en bicicleta si pueden agarrarse de sus espaldas para poder frenar con ellos. Rumbo al puerto, con menos tráfico, las ruedas aprovechan para dispersarse. Aparecen la cerveza y el vino en caja, que pasan de mano en mano entre los patinadores.

El retorno hacia el obelisco es oscuro, por la calle Mercedes. Aunque hay menos tráfico, algunos patinadores ayudan a ordenar el movimiento del grupo por la calle. Uno de ellos se adelanta para chequear si el cruce está libre en cada esquina. Cuando algún vehículo está por cruzar, pita un chifle que le indica al resto que se detenga. La frenada colectiva es un desafío. Los primeros en detenerse dan pie a un efecto bola de nieve que atropella todo lo que se le cruza en su camino. Más de una vez, algunos terminan riendo y lastimados sobre el pavimento, derribados por los que no llegaron a frenar a tiempo. “Ahí está la adrenalina del patín”, dice uno cuando se levanta.

El hombre patín-chifle no se detiene ante el próximo semáforo en rojo y los de atrás lo siguen. Lo que no ve es el ómnibus que se asoma por Ejido para cruzar Mercedes. El patinador se le enfrenta en la mitad del cruce y extiende su brazo con su palma abierta, como si estuviera lanzando un superpoder. A pesar de la desproporción de tamaño, fuerza y velocidad, la presencia del patinador logra frenar al ómnibus esa indicación. El Musimóvil y sus rodantes pasan invictos.

— El responsable es el manijador, así le llamamos a la persona que maneja y genera manija. El que maneja tiene que intentar estar lo más fresquito posible. Mucha gente depende de vos, es necesario ser una cabeza lo más pensante posible. Pero te podés hacer responsable hasta cierto punto, porque el Musimóvil es autoconvocado.

En 18 de Julio, con el obelisco a la vista, la fiesta frena en un semáforo en rojo y en seguida se abren las cortinas de un primer piso. Dos mujeres se asoman y quedan perplejas. Al llegar al monumento a los Constituyentes, el líder anuncia que es momento de cantarle el feliz cumpleaños a Vale, una mujer del grupo. Cantan. Fuman. Se sientan a conversar. La música del triciclo vuelto carro con dos parlantes incrustados y un asta de tubos de luz con forma de infinito que gira sobre sí misma y tintinea colores neón no deja de sonar.


Redacción: Agustina Lombardi. Dirección: Agustina Lombardi. Producción: Agustina Lombardi, Tomás de León, Juan Ignacio da Silva, Agustina Centurión. Fotografía: Agustina Centurión, Juan Ignacio da Silva, Sofía Berardi, Alanna Fuentes, Agustina Lombardi y Mateo Bertolotti. Sonido: Tomás de León. Montaje: Tomás de León y Agustina Lombardi. Colaboración: Nahuel Ferreira, Rocío González, Maite Beer, Joaquín Pérez del Castillo.